viernes, 18 de julio de 2008

El buen caminante.

Es sabido que las calles de toda ciudad medianamente importante en cuanto a su demografía, están plagadas de automóviles. Nuestro ordenamiento jurídico se ha ocupado de regular la circulación de los vehículos en las calles (mas allá de que esas normativas muchas veces sólo queden en el ámbito del “deber ser”) disponiendo así: los requisitos que deben cumplir los automovilistas para poder circular; y, una vez que están en condiciones de transitar, qué conductas deben observar. Tales reglas tienen un justificado fin, que es el de resguardar la seguridad y el orden en el tránsito, abarcando tanto la relación de los conductores entre sí, como su relación con los que andan a pie.

Pero nadie parece haber notado que las respectivas veredas de estas calles se encuentran, a su vez, desbordadas de peatones que, por lo general, acostumbran atravesarlas a diario. Esta repetición más o menos constante de la conducta de transitar tales senderos adoquinados, es la que debería hacer que nosotros, los caminantes, nos pongamos de acuerdo en la manera de cumplir con esta rutina, ya que siempre hay personas que parecen tener encomendada la misión de hacernos dicha tarea cada vez más tediosa.

Salvando distancias (y obviando un poco la lógica y la razón), se podría concebir al cauce veredil con la misma estructura que presentan las calles y, para algunos casos, las autopistas. De esta forma podemos recurrir a la analogía para tratar de discernir entre las conductas propicias para el correcto paso de esta estampida humana, llevada a cabo por la manada de transeúntes que somos.

En mis repetidas caminatas por una de las calles con mayor densidad peatonal dentro de la ciudad que habito, he logrado rescatar algunos de los comportamientos que tornan aún más lejana la consecución de una vereda “apta para cardíacos”.

Entonces, teniendo en cuenta los dos párrafos precedentes, propongo que los caminantes concientes consideremos la aplicación de las siguientes disposiciones en cuanto a nuestro andar:

Aquellas parejas que decidan transitar como tales por la vereda, no podrán hacerlo sino con uno de sus miembros detrás del otro. ¿Cuándo se ha visto que un camión lleve el acoplado en alguno de sus laterales? Esta situación imposibilitaría el paso en una ruta, del mismo modo sucede en las veredas con las parejas que caminan abrazadas o tomadas de la mano. Además, estas duplas suelen llevar la marcha a una velocidad mucho menor que la del resto de los transeúntes. Es por eso que propongo que uno de los miembros de la pareja se ubique detrás del otro, manteniendo como distancia máxima los treinta centímetros. La distancia mínima será aquella que no confunda al sujeto dorsal con la mochila del que va adelante.

Los locales comerciales que están inmediatamente a un costado de la vereda son una constante fuente de molestias. En primer lugar, sus vidrieras parecen generar miles de embolias cerebrales por minuto, ya que muchas personas al cruzarse con alguna de estas exhibidoras lo primero que hacen es detenerse abruptamente, provocando que los que venimos atrás nos choquemos con sus espaldas. Estos Locales también presentan un problema con sus puertas de acceso, ya que las personas que están dentro del local abandonan el mismo como si nadie estuviese pasando por la vereda, salen de un solo salto sin siquiera mirar a quienes venimos, generando así una nueva posibilidad de colisión. Estos emplazamientos parecen hipnotizar a los que los observan. Claro está que la viabilidad no está contemplada en este post, entonces, para las frenadas repentinas propongo que aquel que desee observar una vidriera deberá dar repetidas vueltas sobre la misma manzana para ir observando un sector de lo exhibido a la vez; y, para los violentos egresos, deberá aplicarse una señalización similar a la utilizada en estacionamientos, con una baliza y su respectiva chicharra.

Los que se cruzan con un amigo/conocido o, en su defecto, con un grupo de ellos tienen terminantemente prohibido ocupar toda la vereda para generar un piquete de arrumacos. Deberán atenerse a lo dispuesto para el caso de las vidrieras. Su alegría por el encuentro no será nunca motivo de exoneración.

Otra molestia bastante recurrente es la del choque con el descuidado que viene en dirección opuesta. Debido a que sería imposible asignar a cada vereda un sentido único, debemos pensar en otras posibilidades. El descuido de este ser por lo general se debe a que está anestesiado por la música que suena en sus auriculares, o camina mirando sus propios pasos, o carece de todo sentido común, o bien todo lo anterior. Una solución sencilla y efectiva sería que este descuidado enfoque su atención en el desenvolvimiento del resto de los peatones, pero, como dije antes, hay personas con la ineludible misión de sulfurar nuestros nervios.


Porque nuestra salud mental constituye también un bien susceptible de ser tutelado, debemos velar por una vereda más fluida.

jueves, 20 de diciembre de 2007

De los modos de retener la inspiración.

A lo largo del tiempo el hombre siempre se ha encontrado con cosas que son necesarias, pero no almacenables. Un ejemplo de ello es la energía, cuando de usar la energía provista directamente por la naturaleza se pasa a usar la energía eléctrica había que buscar una forma de conservar esta última, y es así que surgieron medios como las baterías.

Ahora bien, partiendo de la idea de que el ser humano es omnipotente, idea que se ha mantenido por siglos, me permito creer que existe alguna posibilidad de retener la inspiración, tomándola a esta como una especie de "energía" que fluye por nuestras mentes.

El primer método es bastante sencillo y práctico. Consiste en llevar siempre con uno mismo una libreta o cualquier otro registro que nos permita plasmar de manera simple e instantánea todas aquellas ideas que han transitado nuestras neuronas en algún brote de inspiración. Sin embargo, esto sigue presentando un problema ya que por lo general un brote de inspiración no nos brinda una simple idea principal, sino que nos ilumina con todos aquellos recursos que luego servirán para "moldear" aquella idea central, entonces, el problema radica en que no es posible registrar todo eso en una pequeña libreta, o peor aún, cuando se trata de un medio digital (teléfono celular, agenda electrónica, etc.) resulta imposible expresar exactamente lo deseado, distosionando así la idea.

Otra manera de lograr el fin en cuestión es encarar el asunto desde otro punto de vista: Control de la situación. Muchos han afirmado que la mente humana es potencialmente mucho más capaz de lo que conocemos, partiendo de este supuesto se puede considerar la posibilidad de alcanzar un estado mental (análogo a la meditación) que nos permita inspirarnos cuando así lo deseemos. Con el método anterior uno debe esperar aquellos momentos iluminados por la inspiración, mientras que éste consiste en alcanzarla de manera voluntaria.

Una lista de posibilidades no es tal sin una postura ecléctica, por lo que se puede afirmar que es posible alcanzar un estado de inspiración voluntariamente, pero también existen esporádicas emanaciones de tal "energía" que deben ser registradas para poder sacar provecho de ellas.

Otra cosa que parece que siempre ha sido sostén del ser humano es la superstición, cosa que no me caracteriza, pero como no existe el determinismo absoluto no la voy a dejar de lado. la creencia de que existe un amuleto capaz de retener aquella fuerza inspiradora es algo que puede mantener viva nuestras esperanzas.



Por último debo aclarar que no se debe confundir Inspiración con simple ocurrencia. Ya que si se pretende elaborar algo partiendo de una simple ocurrencia nunca se llega a buen puerto, y a veces no se llega a ninguno. Lamentablemente resulta muy oscura la linea que separa las simples ocurrencias de la verdadera Inspiración, o por lo menos es dificil delimitarlas respecto de cada uno.

martes, 27 de noviembre de 2007

Intermitente inspiración.

Parece ser que algunas cosas son inoportunas por naturaleza o, peor aún, sólo están cuando no se las precisa. Esta última situación es la que produce ese sentimiento de falta o ausencia, justamente porque alguna vez hemos sido poseedores de determinada cosa, pero no la necesitábamos.

Como habrán notado, una de esas cosas es la inspiración. Eterna inoportuna.